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¿Es la resurrección de Jesucristo un sepulcro vacío? 20130331 Jonatan Navarro



Isaïes 65, 17-25; Salms 118, 1-2.14-24; Fets 10, 34-43; Lluc 24, 1-12
Las mujeres que lo habían acompañado desde Galilea lo siguieron y vieron el sepulcro y cómo fue puesto su cuerpo.
Después regresaron y prepararon aromas y fragancias. Y el sábado descansaron según el mandamiento.
Entonces el primer día de la semana, muy de mañana, fueron al sepulcro llevando unos aromas que habían preparado.
Y encontraron que la piedra había sido removida del sepulcro, pero cuando entraron no encontraron el cuerpo del Señor Jesús.
Y sucedió que estando ellas perplejas por esto, de repente, dos hombres con ropas resplandecientes se pusieron junto a ellas, y estando ellas aterrorizadas y con sus rostros inclinados a tierra, ellos les dijeron:
¿Por qué buscáis al que vive entre los muertos? No está aquí, sino que ha resucitado. Recordad cómo os habló mientras estaba aún en Galilea, diciendo: “el hijo del hombre debe ser entregado en manos de hombres pecadores y ser crucificado y al tercer día resucitar.”
Entonces ellas se acordaron de sus palabras, y cuando regresaron del sepulcro, anunciaron todas estas cosas a los once y a los demás.
Y eran María Magdalena, Juana, María la madre de Jacobo y las otras que estaban con ellas quienes hablaban estas cosas a los apóstoles.
Pero a ellos les pareció que sus palabras eran un delirio, y no las creían.
Pedro, sin embargo, levantándose corrió al sepulcro, se agachó para mirar, y vio sólo los vendajes, entonces se fue a su casa maravillándose de lo que había pasado.

¿Es la resurrección de Jesucristo un sepulcro vacío?
Puede resultar algo inquietante que las lecturas para el día de hoy, día en el que celebramos la resurrección de Jesucristo, apenas nos iluminen sobre este hecho, sobre la resurrección.
El texto de Isaías nos habla de una nueva realidad, de una acción de Dios que creará, o recreará la tierra, haciéndola un lugar de paz y de justicia, donde todas las personas podrán tener su casa sin miedo a que se la quite el banco;
donde cada uno trabajará su propia tierra sin que su sudor sirva para alimentar a los mercados y sin miedo a perder su trabajo; y más importante aún, una tierra donde no habrá necesidad de clamar a Dios, porque su cuidado y su gobierno serán inmediatos.
En la misma línea está nuestro Salmo, con ese nuevo día que hace el Señor, un nuevo día de salvación y de justicia.
Y Pedro, en el relato de los hechos de los apóstoles, confiesa que ahora sabe que Dios es justicia para todos, y que la resurrección de Jesús provoca una gran misión: que prediquemos al pueblo y testifiquemos que Jesús es el que Dios ha puesto por Juez de vivos y muertos.
Y el evangelio de hoy nos habla de tumbas vacías, de mensajeros misteriosos, de mujeres que han perdido la cabeza, mujeres histéricas y delirantes, y de hombres derrotados, escépticos y de alguno al que le vence la curiosidad.
Pero ¿dónde está el resucitado en el día de la resurrección?
¿Cómo es él? ¿Qué aspecto tiene? ¿Qué hace?
¿Qué significado tiene para ti, para mi, para la iglesia, la experiencia del resucitado?
¿A qué nos mueve?
¿Es su resurrección real o es sólo una metáfora que nos habla de que este mundo no puede atraparnos eternamente?
¿Que significa la resurrección de Jesús de Nazaret para nosotros hoy?

Si es que significa algo.
Porque a estas alturas del siglo XXI yo ya me cuestiono si al relato de Semana Santa le encontramos algún significado vital, trascendente y transformador.

El Jueves Santo los cristianos celebrábamos la institución de ese hecho fundante que es la Cena del Señor, ese compartir el cuerpo de Cristo que crea y recrea una nueva sociedad bajo el Reino de Dios.
El Viernes Santo recordamos la crucifixión de Jesús de Nazaret, aquel que posteriormente la iglesia identificará como el Hijo de Dios, más aún, la mismísima encarnación de Dios. Es decir, recordamos que Dios mismo fue crucificado y muerto en favor nuestro.
Y hoy domingo de resurrección, recordamos que este Jesús venció la muerte, que el Reino de Dios no quedó clavado en una cruz, sino que volvió a caminar entre nosotros con las marcas de la cruz en las manos.
Pero en el siglo XXI, no ya cuando hablamos a la sociedad, sino cuando hablamos en la misma iglesia, hablar de un Dios, un Dios personal, que se hace hombre, que hace milagros, que muere de forma casi sacrificial para resucitar, suena verdaderamente a relato mitológico, algo difícil de asumir como cierto históricamente, más que difícil imposible.
Y es que dioses encarnados que mueren y resucitan ha habido muchos, desde Osiris en Egipto, Tammuz en Mesopotamia, hasta Baal en Canaán. Su muerte y resurrección encarnaba la angustia humana de la muerte de la naturaleza en invierno, y su resurrección en primavera no era sólo su propia resurrección,
sino la resurrección de todo lo creado, lo cual era visible en el brotar de las hojas de los árboles, los nacimientos de las crías de los animales, las lluvias primaverales y el resurgir de las cosechas.
Este hecho hizo que los eruditos de las religiones afirmasen que la muerte y resurrección de Jesús de Nazaret no fuese sino otro dios más que siguiendo estas tradiciones de muerte invernal y resurrección primaveral, servía para transmitir la angustia de la humanidad respecto a la muerte.
Pero hay otra realidad detrás de todo esto, y esta realidad es que todos estos mitos de los dioses que mueren y resucitan son según los mismos eruditos, historias que surgen en de norte a sur y de este a oeste de forma totalmente inconexa, transversalmente en las religiones antiguas de nuestros ancestros.
Es decir, que el ser humano desde sus inicios comparte una misma experiencia, la experiencia vital de la necesidad de la resurrección.
Y esta necesidad no se expresa en una resurrección que se limita a que un individuo vuelva a la vida para él mismo. Esta angustia compartida, universal, frente a la muerte entiende perfectamente que la resurrección ha de ser un acto que traiga una nueva vida a toda la creación.
Todo el ser humano sufre la misma angustia frente a la muerte personal y de lo creado, y de alguna forma todos sentimos que la muerte no puede ser el punto y final de la vida, y la resurrección es el acto esperado anhelado, casi natural y justo, es el acto necesario para la liberación de toda la creación.
Pero, ¿realmente es la resurrección de Jesucristo simplemente una historia mitológica que nos habla de esta experiencia que compartimos todos los seres humanos?
         De esto discutían Tolkien y C.S. Lewis.
Lewis le explicó a Tolkien que él sentía el poder de los mitos pero que ellos eran, en última instancia, falsos diciéndole:
Pero los mitos son mentiras, aunque esas mentiras sean susurradas a través de la plata.
Entonces Tolkien explicó a Lewis que la historia de Cristo es el verdadero mito, un mito que funciona de la misma manera que los demás, pero un mito que realmente ocurrió - un mito que existió en el reino de los hechos, así como en el reino de la verdad.
De la misma manera que los hombres desentrañan la verdad a través del tejido de una narración, Dios revela la verdad a través del tejido de la historia.
Tolkien mostró que los mitos paganos eran, de hecho, Dios mismo expresándose a través de la mente de los poetas, utilizando las imágenes de sus poesías mitológicas para revelar fragmentos de su verdad eterna.
Sin embargo, lo más sorprendente de todo, era que Tolkien sostenía que el cristianismo era exactamente lo mismo excepto por la enorme diferencia de que el poeta que lo inventó fue el mismo Dios, y de que las imágenes que utilizó eran hombres de verdad e historia real.
Más tarde el mismo Lewis afirmaría que “el cristianismo es Dios mismo expresándose a través de lo que llamamos «cosas reales». Por lo tanto, son verdad, no en el sentido de ser una «descripción» de Dios (que ninguna mente finita puede captar), sino en el sentido de ser la forma en que Dios elige (o puede) aparecer a nuestras facultades.
Las «doctrinas» que extraemos del verdadero mito son, por supuesto, menos ciertas: se trata de traducciones a nuestros conceptos e ideas de lo que Dios ya ha expresado en un lenguaje más adecuado, es decir, la encarnación real, la crucifixión y la resurrección.”

La resurrección de Jesús de Nazaret no es la resurrección de un hombre crucificado que vuelve a la vida y se va al cielo con Dios.
La resurrección de Jesús de Nazaret fue un acto único en la historia que narra la última voluntad de Dios para su creación, para el ser humano, y Dios ha dicho que es vida, una vida transformada que nace de donde ya no la había, una vida nueva.
Y el texto del evangelio de hoy nos habla de la experiencia que vivieron unas mujeres y unos hombres, la experiencia de vivir la poesía de Dios.
Mujeres y hombres reales, pues si en algo coinciden los historiadores es que algo tuvo que ocurrir realmente para que un grupo de marginados sobreviviese a la muerte de su líder, se enfrentase a la religión establecida y para que sus comunidades y su forma de vida explotase por todo el mediterráneo hasta llegar dos mil años después a todo el mundo conocido.
Y lo que sucedió fue la experiencia del Resucitado.
Porque la poseía del Resucitado transforma ya la vida de aquellos y aquellas que la viven como una experiencia.
Pero no todos la experimentamos igual, porque la experiencia está evidentemente en el ámbito de lo subjetivo.
Y precisamente de esto nos habla el evangelio de hoy.
Cuando Jesús fue crucificado y sepultado, aquellos y aquellas que le siguieron, que creyeron en él, no estaban en la puerta de su sepulcro esperando la resurrección.
Al contrario, se hallaban sufriendo la soledad y el abandono, la experiencia de la oscuridad, del sin sentido de la existencia y de la muerte en vida.
Las mujeres, en medio de la oscuridad, de noche, justo antes de empezar a rayar el alba, se dirigen en silencio hacia el sepulcro.
Pero van allí para completar el entierro según su tradición.
Se dirigen con perfumes y con ungüentos funerarios, para que el cuerpo de su maestro tenga un entierro digno.
Entonces la oscuridad de la noche, que recorren con el pesado silencio de la muerte sobre sus espaldas, empieza a abrirse lentamente a la nueva luz del alba, alguna cosa inexplicable ha sucedido el sepulcro está abierto, y el cuerpo de Jesús no está allí.
Jesús simplemente no está allí. Ni su cadáver ni el resucitado están allí.
Las mujeres se encuentran en cambio con un anuncio:
¿Por qué buscáis al que vive entre los muertos? No está aquí, sino que ha resucitado.
Y este anuncio provoca un envío, las mujeres corren a compartir su experiencia con los otros discípulos.
Pero esta experiencia de las mujeres es recibida por los discípulos como un delirio, como una locura, como la experiencia de unas mujeres histéricas que no saben lo que dicen porque están trastocadas, traumatizadas por la irremediable muerte de su maestro.
Así presenta muchas veces el racionalismo masculino a la experiencia vital de la mujer, como el delirio de un ser débil e inestable que se niega a aceptar lo evidente.
Estos discípulos necesitarán vivir otra experiencia, en el camino de Emmaús primero, y en la casa después, compartirán el pan y el vino con el mismísimo Resucitado y entonces sus ojos les serán abiertos.
El hecho es que para que el anhelo de la humanidad de ser liberada de la muerte invernal y de renacer en una nueva vida primaveral encuentre su cumplimiento, es necesaria una experiencia vital, experimentar personalmente al Resucitado.
El evangelio nos enseña que esto es así, donde no hay una experiencia del Resucitado todo suena a delirio y a locura.
Pero ¿cuál es esta experiencia? ¿Cómo debe ser? ¿Podemos dogmatizar o siquiera describir cómo debe ser esta experiencia?

La pascua de Dios es su poesía. Una poesía que Dios mismo escribe, una narración que acontece en forma mitológica en nuestra propia historia.
Y si de la poesía divina hacemos dogmas siempre será traducir el lenguaje perfecto de Dios a nuestro lenguaje imperfecto y limitado.

Mientras que los discípulos de Jesús experimentaron un misterioso encuentro con Jesús resucitado, y comieron con él, y él les abrió sus ojos, la experiencia de las mujeres, aquellas que por ser mujeres su palabra no valía nada como testigos, sólo tuvieron la experiencia del sepulcro vacío y unas palabras, un mensaje, un anuncio: ¿Por qué buscáis al que vive entre los muertos? No está aquí, sino que ha resucitado.

¿Cuál es tu experiencia del resucitado?
         Si es que la tienes, si es que la has localizado.
Normalmente la iglesia espera que cada una de las personas que la componen hayan tenido una experiencia personal de un encuentro con Jesús de Nazaret, y hablamos claro dentro del mundo de las experiencias subjetivas.
De alguna forma, exigimos al mundo, al que tenemos al lado, un tipo de experiencia que ni somos capaces de explicar.
La experiencia de muchas personas que anhelan vivir una nueva vida llena de sentido y esperanza, una nueva vida liberada en algo que nosotros llamamos Dios,
o se da de cabeza con el racionalismo de los varones que nos dice esto es un delirio, una locura, o se da de cabeza con el lenguaje imperfecto de la Iglesia que pide experiencias que ni sabe explicar.
Y no somos capaces de explicar porque la verdad es que, en principio, la experiencia de la Iglesia se parece mucho más a la experiencia de las mujeres que fueron al sepulcro a ungir el cadáver de Jesús.
La experiencia de un sepulcro vacío y de unas palabras, un mensaje transformador.
La experiencia de la ausencia de Jesús, de la ausencia del resucitado, porque realmente no le vemos ahora entre nosotros, pero a la vez es la experiencia de la fe que recupera el recuerdo de esas palabras que habitan en lo más profundo de toda la humanidad:
el hijo del hombre (esto es, el ser perfectamente humano) debe ser entregado en manos de hombres pecadores y ser crucificado y al tercer día resucitar.
La experiencia de las mujeres es la experiencia que recupera ese saber, esa angustia que reconoce que el fin último de la vida no puede simplemente desvanecerse con la muerte y punto final, y coloca por medio de la fe esa gran expectativa vital en un sepulcro vacío y en un mensaje transformador.
¿Es una locura? ¿O es un delirio?
Es una poesía, es la poesía que Dios escribe y el ser humano sigue siendo el gran protagonista de su obra.



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