Jonatan Navarro 2-2-2013
Salm 71:1-6; Jerem 1:4-10; 1Cor 13:1-13; Luc 4:21-30
“Entonces
comenzó a decirles:
—Hoy
se ha cumplido esta Escritura delante de vosotros.
Todos
daban buen testimonio de él y estaban maravillados de las palabras de gracia
que salían de su boca. Pero decían:
—¿No
es este el hijo de José?
Él
les dijo:
—Sin
duda me diréis este refrán: “Médico, cúrate a ti mismo. De tantas cosas que
hemos oído que se han hecho en Capernaúm, haz también aquí en tu tierra”.
Y
añadió:
—De
cierto os digo que ningún profeta es bien recibido en su propia tierra.
Y
en verdad os digo que muchas viudas había en Israel en los días de Elías,
cuando el cielo fue cerrado por tres años y seis meses y hubo una gran hambre
en toda la tierra; pero a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una mujer
viuda en Sarepta de Sidón.
Y
muchos leprosos había en Israel en tiempo del profeta Eliseo, pero ninguno de
ellos fue limpiado, sino Naamán el sirio.
Al
oír estas cosas, todos en la sinagoga se llenaron de ira. Levantándose, lo
echaron fuera de la ciudad y lo llevaron hasta la cumbre del monte sobre el
cual estaba edificada la ciudad de ellos, para despeñarlo; pero él pasó por en
medio de ellos y se fue.” (Lucas 4:21–30 RVR95)
¿Quién se apunta a despeñar a Jesús?
Qué
pregunta ¿eh?, seguro que aquí nadie se apuntaría para coger a Jesús y
despeñarlo por una montaña, ¿verdad? La duda ofende…
Continuamos
hoy con el relato que el evangelio de Lucas nos presenta como el inicio del
ministerio público de Jesús.
Este relato
lo empezamos la semana pasada y de él me gustaría que tuviésemos en mente el
anuncio de Jesús:
El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha
ungido para dar buenas nuevas a los pobres;
me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón, a
pregonar libertad a los cautivos y vista a los ciegos,
a poner en libertad a los oprimidos y a predicar el
año agradable del Señor.
Desde el
principio del evangelio Lucas deja bien claro que uno de los protagonistas de
la historia va a ser el Espíritu Santo.
Es el
Espíritu el que viene sobre María y por eso Jesús es llamado Hijo de Dios.
Sobre él
desciende el Espíritu cuando es bautizado por Juan.
Jesús lleno
del Espíritu Santo, volvió del Jordán y fue llevado por el Espíritu en el
desierto, para ser tentado por el diablo.
Jesús
regresa a Galilea en el poder del Espíritu, y enseñaba en sus sinagogas, siendo
alabado por todos.
Y él es el
que declara: EL ESPÍRITU DEL SEÑOR ESTÁ SOBRE MÍ, PORQUE ME HA UNGIDO PARA
ANUNCIAR EL EVANGELIO A LOS POBRES
Y ¿por qué
es importante esto? Porque el Espíritu de Dios es inmanencia pura, es decir, la
presencia del Dios inalcanzable se hace realidad entre nosotros por medio de su
Espíritu.
Por medio
del Espíritu es que la creación es, y no es una creación abandonada, sino que
el Espíritu la crea constantemente, y por medio de él se sostiene toda la vida
conocida.
El Espíritu
actúa en todo lo creado, y además y sobre todo, el Espíritu sopla de donde
quiere…
Que el
Espíritu de Dios sople de donde quiera, no quiere decir otra cosa que, de la
misma forma que el viento, el Espíritu de Dios, la presencia de Dios en la
creación, es indomable.
Su acción
no es predecible, y nadie puede indicarle hacia donde ha de ir, o de dónde ha
de venir.
Sólo
podemos estar abiertos para intentar discernir si la acción que vemos es la
acción del Espíritu de Dios.
Y ese
Espíritu indomable es el que lleva a Jesús de Nazaret de vuelta a su pueblo, al
pueblo de sus familiares.
Y allí es
donde predica, en la sinagoga de su pueblo, bajo el poder del Espíritu, y
podemos saber que su predicación era una predicación del Espíritu, por el
contenido mismo de su proclamación:
Dar buenas
nuevas a los pobres;
Sanar a los
quebrantados de corazón
Pregonar
libertad a los cautivos
Vista a los
ciegos,
Poner en
libertad a los oprimidos y a predicar el año agradable del Señor.
Y claro, la
gente, la gente que le conoce bien, dice, que bonito! Bravo Jesús! ¡Estamos
maravillados! ¡Qué palabras de gracia! Como bajadas del cielo hijo mío, ni yo
lo hubiera dicho mejor…
Qué bonito!
Pero… tú, si tú eres el hijo del carpintero, pobre demonio, pero si ni siquiera
poseéis tierra, no tenéis parte en la promesa, hijo de José! Si tu madre va por
las calles cargando tinajas de agua!
¡Quién se
ha creído este para venir aquí con con estas milongas!
¿Tú le has
visto dar algo a los pobres?
¿Alguien le
ha visto sanar a alguien? ¿o hacer ver a algún ciego?
¿El hijo
del carpintero nos va a liberar? ¿que piensa, montar otra revolución que nos
lleve a la muerte?
Él les dijo: ¶ —Sin duda me diréis este refrán:
“Médico, cúrate a ti mismo. De tantas cosas que hemos oído que se han hecho en
Capernaúm, haz también aquí en tu tierra”.
Porque
parece que en Nazaret, en medio de los suyos, Jesús no había hecho muchos
milagros o señales.
Y claro, la
gente esperaba milagros, esperaba acciones espectaculares en medio de su
pueblo.
Habían oído
rumores, memeces seguramente, de lo que Jesús había hecho en otros lugares,
pero ellos no habían visto ni una señal.
Porque sus
ojos estaban esperando eso, lo espectacular, lo sensacional, lo sobrenatural en
sus vidas, pero no eran capaces de ver el objetivo, el significado profundo de
la acción y del poder del Espíritu en Jesús de Nazaret.
No eran
capaces de ver que su anuncio del Reino de Dios literalmente podía abrir los
ojos a aquellos que sólo veían desesperación en la oscuridad.
Que la
proclamación del amor de Dios preferentemente hacia los pobres y a los
desfavorecidos, literalmente los liberaba para poder vivir una vida plena de
confianza delante de Dios.
Porque
claro, ¿quienes son los pobres? ¿quienes son los quebrantados de corazón?
Según el
pueblo de Jesús, sólo ellos como nación santa escogida por Dios, eran los
pobres y quebrantados que bajo el yugo del Imperio Romano clamaban desesperados
por una acción liberadora de Dios que les permitiese vivir en libertad.
Pero eran
ellos como nación, las personas concretas… eso era otro tema. Porque a sus
pobres, a sus marginados, a sus excluidos…
a estos no
los veían, porque estaban ciegos, ciegos por su propia pureza, ciegos por su
santidad religiosa, ciegos por que ellos pertenecían al grupo de verdaderos
hijos de Dios, y los impuros no podían ser parte de su grupo, por eso eran
excluidos.
No hablemos
ya de los extranjeros, los de fuera, los que no eran escogidos, estos tenían su
destino escrito bajo la palabra condenación.
El pueblo
judío se sentía pobre y quebrantado porque no ocupaba el lugar para el que
había sido predestinado,
pero no
veía que su interpretación de la ley basada en la pureza y en la limpieza
ritual, estaba excluyendo a aquellos que más necesitaban de Dios.
Y esto no
era nuevo. Explica Jesús que en tiempos de Elías, habían muchos necesitados que
esperaban milagros, pero Elías fue enviado fuera de Israel, a la casa de la
viuda de Sarepta,
una pagana
que no era del pueblo escogido, donde fue recibido con generosidad y fe, y
donde Elías llevó la bendición de Dios.
También les
recuerda a Eliseo, que de entre todos los leprosos fue a sanar a un general
Sirio, alguien que tampoco pertenecía al pueblo de Dios.
Y claro, la
gente se enfadó, y mucho, se enfadaron tanto que aún siendo el día de reposo se
enzarzaron dispuestos a matar a aquél Jesús hijo de José que se atrevía a
menospreciar su elección.
¿Y por qué
se enfadaron tanto? Pues porque Jesús les recuerda algo que en el fondo duele.
Jesús les
recuerda que el Espíritu sopla de donde quiere, y que ellos no son los amos de
Dios.
Que Dios
actúa más allá de sus fronteras, que el Espíritu que acompaña a los profetas
actúa sin tener en cuenta la etnia, la pureza,
ni la
religión del ser humano, es más, parece que al Espíritu de Dios le incomodan
estas barreras humanas, pues por lo visto pocas señales se podían hacer en el
pueblo de Jesús.
Y claro, la
gente se enfada, y se enfada mucho, porque entonces, ¿en qué posición quedaban
ellos?
Si ser el
pueblo de Dios no significaba tener ciertos privilegios o preferencias delante
de él, ¿qué estaban haciendo allí?
¿Por qué
debían guardar esas estrictas leyes?
¿para qué debían ser santos?
¿Para qué tanto sacrificio?
En el fondo
la pregunta era,
¿para qué les había escogido entonces
Dios?
Si el
Espíritu de Dios iba a beneficiar a quien le viniese en gana,
¿qué pintaban ellos, el pueblo de
Israel, en todo esto?
He aquí la
ceguera de una teología que acompañó a gran parte del pueblo de Israel, hasta
los tiempos de Jesús, desde los fariseos y los escribas, hasta gran parte del
pueblo que los escuchaba;
teología
que curiosamente les había enfrentado sistemáticamente contra los profetas de
Dios en el pasado.
Porque los
profetas tienen esa pega, ese problema, llevan un mensaje que no gusta cuando
nos señala, cuando ponen a la luz que el mensaje que predicamos no va de la
mano con nuestras acciones,
con cómo
vemos y cómo tratamos a nuestros propios pobres y excluidos, o lo que es peor
cómo nuestra predicación puede convertir a personas en impuras.
Pero la
pregunta del pueblo de Israel sigue siendo pertinente, si Jesús tiene razón, si
sus acciones y predicación orientada a llevar la acción misericordiosa de Dios
a aquellos que según nuestra teología están inevitablemente abocados a la
condenación,
si esta
acción del Espíritu es gratuita, es pura gracia de Dios, ¿qué pasa con
nosotros? ¿para qué tanto esfuerzo por mantenernos santos y puros delante de
Dios?
La pregunta
puede ser pertinente pero realmente está mal formulada.
Lo que refleja
esta pregunta es una forma de entender la religión que ni siquiera hoy es
extraña a muchos cristianos.
Lo que
refleja es que muchas veces creemos porque esperamos algo a cambio. Nos
esforzamos en vivir nuestras vidas según una disciplina moral y religiosa que
nos supone una carga enorme,
un yugo
insoportable, no porque así seamos más felices y disfrutemos de forma plena del
amor de nuestro Dios, sino porque creemos que es nuestra pura obligación como
cristianos.
Y como nos
esforzamos duramente, haciendo lo que creemos que debemos hacer, pero no lo que
queremos hacer, entonces es cuando nos creemos con la prerrogativa,
con el
derecho de pedir a Dios acciones poderosas en nuestras vidas, y sobre todo nos
podemos creer con el derecho de negar la misma acción para los otros.
Porque no
se esfuerzan, no son santos, su corazón no ha sido limpiado, no se lo merecen,
desde luego que no, hasta que no cambien y sean como yo, no se merecen que Dios
los bendiga.
Y vivir así
impide que veamos la acción del Espíritu, porque es vivir bajo la pesada carga
del legalismo:
“»¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas!,
que sois como sepulcros que no se ven, y los hombres que andan por encima no lo
saben.
Respondiendo uno de los intérpretes de la Ley, le
dijo:
—Maestro, cuando dices esto, también nos ofendes a
nosotros.
Él dijo:
—¡Ay de vosotros también, intérpretes de la Ley!,
porque cargáis a los hombres con cargas que no pueden llevar, pero vosotros ni
aun con un dedo las tocáis.
»¡Ay de vosotros, que edificáis los sepulcros de los
profetas a quienes mataron vuestros padres! De modo que sois testigos y
consentidores de los hechos de vuestros padres; a la verdad ellos los mataron,
pero vosotros edificáis sus sepulcros.
»Por eso la sabiduría de Dios también dijo: “Les
enviaré profetas y apóstoles; y de ellos, a unos matarán y a otros
perseguirán”, para que se demande de esta generación la sangre de todos los
profetas que se ha derramado desde la fundación del mundo,desde la sangre de
Abel hasta la sangre de Zacarías, que murió entre el altar y el Templo; sí, os
digo que será demandada de esta generación.
»¡Ay de vosotros, intérpretes de la Ley!, porque
habéis quitado la llave de la ciencia; vosotros mismos no entrasteis, y a los
que entraban se lo impedisteis.” (Lucas 11:44–52 RVR95)
¿Cuál es la
alternativa entonces?
En qué consiste entonces ser parte del
pueblo de Dios?
La pregunta
que tantas veces le hicieron a Jesús ¿Qué haremos? ¿qué hemos de hacer
nosotros?
Si el
Espíritu de Dios está sobre su pueblo, si hemos sido bautizados no en agua,
sino con su Espíritu y con fuego, entonces debemos cambiar nuestra perspectiva,
y en vez de preguntarnos porqué el Señor hace o no hace señales entre nosotros,
podemos
poner nuestra vida al servicio del programa del Reino de Dios, siendo nosotros
los que bajo el Espíritu hagamos las señales del Reino en medio de un mundo que
necesita la bendición de Dios.
Llevando
gratuitamente y con liberalidad la buena noticia a los pobres, sanando a los
quebrantados de corazón, pregonando libertad para los endeudados, para que los
ciegos vean, para liberar a los oprimidos, predicando así el año agradable del
Señor.
¿Quién se
apunta a despeñar a Jesús?
Tenemos dos
opciones, o le reclamamos a Dios lo que es nuestro por derecho, por el gran
esfuerzo que hacemos por cumplir sus mandamientos y esperamos nuestra
salvación, o vivimos en y por la gracia, para llevar bajo el poder del
Espíritu, bendición y salvación a toda la creación.
Eso sí, la
primera opción te obligará más tarde o más temprano a tirar el evangelio por la
borda; la segunda opción te moverá a caminar con Jesús, y a cargar su cruz bajo
el poder de su Espíritu.
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