Jonatan Navarro 30-12-2012
Salm 148;1 Samuel 2:18-20, 26;Col. 3:12-17; Luc 2:41-52
Iban sus
padres todos los años a Jerusalén en la fiesta de la pascua; y cuando tuvo doce años, subieron a Jerusalén
conforme a la costumbre de la fiesta.
Al regresar
ellos, acabada la fiesta, se quedó el niño Jesús en Jerusalén, sin que lo
supiesen José y su madre. Y pensando que
estaba entre la compañía, anduvieron camino de un día; y le buscaban entre los
parientes y los conocidos; pero como no
le hallaron, volvieron a Jerusalén buscándole.
Y aconteció
que tres días después le hallaron en el templo, sentado en medio de los
doctores de la ley, oyéndoles y preguntándoles.
Y todos los
que le oían, se maravillaban de su inteligencia y de sus respuestas.
Cuando le
vieron, se sorprendieron; y le dijo su madre: Hijo, ¿por qué nos has hecho así?
He aquí, tu padre y yo te hemos buscado con angustia.
Entonces él
les dijo: ¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que en los negocios de mi Padre me
es necesario estar?
Mas ellos
no entendieron las palabras que les habló.
Y descendió
con ellos, y volvió a Nazaret, y estaba sujeto a ellos. Y su madre guardaba
todas estas cosas en su corazón. Y Jesús crecía en sabiduría y en estatura, y
en gracia para con Dios y los hombres.
A veces le diría a Jesús: “Jesús, no hay quien te
entienda”
¿De verdad
hay alguien que entienda a Jesús?
Finalmente
la navidad llegó y pasó.
Seguimos
viviendo en días de fiesta, seguimos teniendo reuniones familiares, de amigos,
de compañeros de trabajo, alguna cena pendiente…
pero en
general vamos dejando de mirar al pequeño niño nacido de forma ordinaria pero
que a la vez nos evoca lo extraordinario de Dios.
Dejamos de
mirar al niño y, sugestionados por la idea de que realmente los años empiezan y
acaban ¿¿??, empezamos a pensar en lo que nos deparará el año que está a punto
de dar inicio.
Quizá
incluso evaluemos el año que se nos va.
Nos
propondremos nuevos retos, nuevas metas, también cambios: apuntarnos al
gimnasio, quizá incluso ir… empezar la maldita dieta, dejar de fumar, quizá
dedicar más tiempo a la familia, empezar a estudiar aquello que dejamos
colgado…
la mente se
nos va llenando de todas aquellas cosas que de alguna forma nos frustran un
poquito cada día y que año tras año, nos empecinamos primero con fuerza a
cambiar definitivamente,
pero que
con el paso del año, poco a poco, vamos dejando aparcadas con cierta
resignación, a la espera de que quizá el año próximo seamos un poco más
fuertes, tengamos más voluntad,
o quizá
pase que Dios por fin se digne a echarnos una mano para ver si él es capaz de
cambiar aquello que para nosotros está resultando imposible.
Así,
mientras la mente y el corazón se van llenando de todas estas cosas, de tantas
ganas de eliminar nuestras pequeñas, o grandes, frustraciones, nuestras ganas
de empezar el año de forma diferente,
vamos
apagando poco a poco las luces de navidad, poco a poco vamos silenciando los
villancicos, poco a poco los ángeles se esfuman,
poco a poco
todo lo que ha ido sucediendo estos días nos va pareciendo como un sueño, un
recuerdo lejano, que se va sumando a otros recuerdos y se difumina con ellos.
Más o menos
como les pasó a María y a José, cuando después de de que Jesús cumpliese doce
años, un día desapareció de su lado y apareció en el Templo, y ellos no
entendían nada de nada.
Habían visto
ángeles, habían recibido el anuncio de la misma boca de los mensajeros de Dios,
habían oído las profecías, de Elisabeth, de Simeón, de Ana,
habían sido
testigos en sus propias carnes del extraordinario obrar de Dios en personas tan
ordinarias como ellas.
Pero con el
tiempo todo esto había ido quedando atrás como un recuerdo fantástico, ¿de
verdad había sucedido?
¿de verdad
había sido real?
Con el
acontecer de lo cotidiano de la vida, en la pequeña aldea de Nazaret, durante
doce años, la vida va cambiando,
el día a
día va trayendo su propia rutina, sus propios problemas, y claro está su baño
de realidad.
La misma
realidad en la que nos sumergimos al salir de este templo, la misma realidad
que tantas veces nos impide entender a Jesús.
Porque es
realmente difícil mirar a la cara a los agobios del día a día con los ojos de
Jesús.
Como Jesús
ya tenía doce años, había llegado el momento de que dejase de ser un niño, para
empezar a convertirse en un hombre.
Esta idea
nos puede sorprender en nuestra sociedad en la que la infancia se alarga mucho
más, y no esperamos que nuestros hijos e hijas estén preparados para tener
responsabilidades hasta mucho más tarde, como por ejemplo el derecho a voto que
no se obtiene hasta los dieciocho años.
Pero en un
tiempo en el que la esperanza de vida no llegaba a los cuarenta años, todo este
proceso iba evidentemente más rápido.
Pero eso no significa que fuera fácil.
Todo lo contrario.
Pensad por
ejemplo en la madre del joven Samuel, mientras él ya ministraba con su efod, es decir con la ropa de ministro,
ella le seguía llevando cada año una pequeña túnica de niño.
Cómo nos
cuesta entender que nuestros hijos e hijas crezcan y se hagan mayores, que
deben ir asumiendo sus propias responsabilidades ¿verdad?
Se van
haciendo mayores y nosotros seguimos empeñados en decirles qué deben vestir,
qué deben estudiar, nos preocupamos por su descanso, por lo que comen, por sus
compañías… lo normal que se espera de unos padres o de una madre…
Pero lo
cierto es que a veces esto se alarga, que nuestros hijos se casan y seguimos
viéndolos como si dependiesen de nosotros, porque la vida es muy dura, y porque
con nuestra experiencia sabemos cómo les puede ir mejor.
Cuesta
mucho cortar el cordón umbilical, y dejar que nuestros hijos muestren su propia
personalidad, que tomen sus propias decisiones y que aprendan de sus propios
errores y también que disfruten de sus propios éxitos, cuesta.
Y crean
angustia los hijos ¿verdad? Quizá habéis vivido la experiencia de perder a
vuestros hijos en un gran centro comercial, es algo bastante habitual, y es que
los niños dan muchos disgustos.
¿Pero os
imagináis perder a vuestro hijo durante tres días?
En un mundo
sin teléfonos, sin radio ni televisión, sin coches ni nada, con ciudades
caóticas, con caminos llenos de bandidos… Seguro que María y José estaban al
borde de un ataque de nervios.
¡¿Dónde se
podía haber metido este niño?!
Estará con
alguien de tu familia José,
¡que no! ¡Que ya he preguntado a todo
el mundo!
Finalmente
los padres vuelven a Jerusalén, donde habían estado celebrando la Pascua, la
muerte del cordero que evita la muerte de los primogénitos de Israel en Egipto,
el cordero
que debe comerse en familia, el cordero que alimenta a todos, sin que a nadie
le falte, y sin que a nadie le sobre.
Pero ahora la
familia se ha roto, falta el niño; la gente debería de pensar ¡qué desastres
que son estos padres! Cómo les habrá dado Dios un hijo.
Y después
de tres días buscándolo, tres días sin Jesús, tres días sin la luz del mundo,
tres días que se harían eternos como tres mil años,
tres días
en los que la salvación esperada se convierte en la desesperación más absoluta,
porque no tenemos a Jesús con nosotros, con su familia, donde debería estar,
entonces lo
encuentran allí, en el Templo, charlando con los escribas, a los que tiene
maravillado por su inteligencia, por todo lo que es capaz de entender y de
asimilar,
pero ellos,
los padres, ya no entienden nada, no entienden que pasa con este niño, no
entienden a Jesús.
Hijo, ¿por
qué nos has hecho esto? Tu padre y yo te hemos buscado con angustia.
¿Me
estabais buscando? ¿Buscabais a Jesús? ¿de verdad? ¿Entonces porqué me buscáis
entre vuestros familiares?
Madre,
dices que tú y mi padre me estabais buscando, pero ¿es que no sabes que es
necesario que yo me ocupe en las cosas de la casa de mi Padre?
Desde luego
qué respuesta la de Jesús.
Cuando yo
era pequeño alguna vez me había perdido, pero como niño que era lo normal era
encontrarme en la sección de juguetes del Corte Inglés…
Es difícil
de entender a Jesús, su padre, José, le busca; pero él dice que debe de estar
ocupado en las cosas de su padre, en el Templo.
Jesús, como
todos los niños, crecía, aprendía, reflexionaba, y se iba haciendo mayor. María
y José, como todos los padres, querían vestirlo con la túnica de niño pequeño,
reclamaban que estuviese con los de su casa, con su familia.
Querían
tenerlo sujeto como todos los padres sujetan a sus hijos.
Pero ya con
doce años Jesús ha entendido que tiene un Padre que reclama una paternidad que
nadie más puede reclamar; que su casa, su familia, se compondrá de aquellos que
hacen la voluntad de su Padre,
“Entonces
su madre y sus hermanos llegaron a donde Él estaba, pero no podían acercarse a
Él debido al gentío. Y le avisaron: Tu madre y tus hermanos están afuera y
quieren verte.
Pero
respondiendo Él, les dijo: Mi madre y mis hermanos son estos que oyen la
palabra de Dios y la hacen.”
Jesús, será
un niño bueno y obediente, pero aún así su madre, María deberá aprender que no
es un niño cualquiera al que se le pueda atar a aquello que nuestra sociedad
espera que sea un hijo.
Los
doctores se sorprendían de la inteligencia de Jesús, pero sus padres no
entendían nada.
Es difícil entender a Jesús, y a veces
es duro.
Me imagino
que para José fue duro escuchar cómo su hijo decía que no estaba con él porque
estaba ocupado en las cosas de su padre.
Me imagino
que para María también fue duro oír que su madre y sus hermanos eran los que
oían y hacían la palabra de Dios.
Para
nosotros también puede ser duro entender a Jesús.
También
nosotros como iglesia podemos celebrar el nacimiento del niño, y pensar que es
nuestro pequeño niño Jesús, y pretendemos quedárnoslo aquí, con nosotros, todos
los domingos, con su familia.
Y cuando
nos toca salir ahí fuera, a afrontar el reto de la vida, el reto del día a día,
¿cómo vemos a Jesús?
Cuando ya
la navidad pierde su luz y nos empezamos a preparar para el nuevo año que
empieza ¿dónde está Jesús? ¿ha venido con nosotros de vuelta a Nazaret, de
vuelta a la realidad?
¿Es nuestra realidad la misma realidad
que la de Jesús?
Es más
¿realmente somos conscientes de que Jesús ya no es un niño que podamos admirar
en el pesebre?
¿Queremos
dejar que Jesús crezca y se haga grande en medio de su iglesia y de nuestras
vidas?
María iba
guardando todas estas cosas en su corazón.
Porque a
veces entender a Jesús es tan difícil que debemos ir guardando todas estas
cosas para ir reflexionándolas, digiriéndolas, para ir creciendo, poco a poco,
dejando crecer a Jesús en nuestras vidas.
Pero si ya
te estás dejando sugestionar por la idea de un nuevo año, por los nuevos retos
que trae, por los cambios que podrían suceder,
piensa en
dejar crecer al niño del pesebre, piensa en dejarlo crecer y no intentes
tenerlo sujeto bajo tu control, Jesús no es alguien a quien podamos controlar,
definir o dogmatizar…
Jesús no
está dispuesto a comportarse tal y como nos gustaría tantas veces a los de la
iglesia, o como le hubiese gustado a sus padres.
Si
realmente le estás buscando, piensa que existe la posibilidad de que no lo
encuentres donde esperabas, piensa que Jesús no está dispuesto a quedarse en
pañales, él es la sabiduría y la gracia de Dios para todos los seres humanos,
Pero al
final, y aunque no entendamos igual que María y José no entendieron, le
encontraremos, porque el que busca, al final encuentra, al que llama se le
abre, y al que pide se le da.
Si
realmente le estás buscando, le encontrarás, sólo deja que Jesús crezca,
vistiéndote, pues, como escogido de Dios, de misericordia, de bondad, de
humildad, de mansedumbre, y de paciencia.
Porque
buscar a Jesús es una actitud de vida, que nace muchas veces de la angustia de
vivir, de la angustia de la necesidad de vivir libre, de vivir la salvación.
Buscar a
Jesús es una actitud de vida, es vivir con humildad, esperando que el espíritu
de Jesús crezca en nuestras vidas, con la humildad de reconocer que no somos
mejores que nadie.
Con la
paciencia de reconocer que no somos perfectos, y por lo tanto hemos de soportar
con amor las imperfecciones de nuestro prójimo.
Y sobre
todo con misericordia, tratando a los demás como nos gustaría que nos tratasen
a nosotros, sin juzgar a los demás como si fuésemos Dios, sino esperando que en
cada una de nuestras debilidades Dios se manifieste, porque Dios se manifiesta
en nuestra debilidad.
Busca a
Jesús, deja con humildad que él crezca en tu vida, en tu vida cotidiana, y
podrás encontrarlo también fuera de este templo, el lunes, el martes… el
miércoles… todos los días.
Búscale y
podrás vivir la salvación de Dios como una realidad plena que se hace realidad
en ti.
Amén.
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